martes, 3 de enero de 2012

El personaje del mes: Nicolás

 Por: Gibrán Alí Aguilar

Este mes  como nuestro personaje del mes a Nico. Él es el conserje del Colegio Limeh y decidimos hacerle una pequeña entrevista para que lo conozcan más a fondo y para que él sepa que en realidad es una persona importante para nosotros. Las preguntas que le hicimos son las siguientes:
Nico nació en Loma Bonita, Oaxaca, tenía 12 hermanos pero actualmente ya murieron 4 por diversas enfermedades. 

Entrevistador: ¿Cuánto tiempo tienes trabajando en la escuela?
Nico: 6 años
Entrevistador: ¿Qué profesiones tuvieron tus ancestros? Nico: Fueron agricultores y campesinos, trabajaban sus tierras, sembraban maíz, chile, frijol, papaya y sandia.
Entrevistador: ¿Alguno de tus ancestros estuvo en la revolucion?
Nico: Mi padrino, se llamaba Rogelio, murió de muerte natural a los 95 años
Entrevistador: ¿Cuál es tu mayor sueño? y ¿Por qué? Nico: Cuando era niño quería ser policía federal de caminos, por querer dar un buen servicio y tener un buen sueldo y ahora me gustaría trabajar en un banco como ejecutivo.

La campana del descanso sonó y tuvimos que dejar hasta aquí la entrevista pero no sin antes decirles que Nico es un hombre trabajador y responsable, al que todos en la escuela respetamos.

Cuento: Una manita de gato

Por: Diego Mora
¿Abuela, me oyes?-Decía la pequeña Delia, mientras contemplaba el cuerpo vegetal con el que alguna vez había compartido secretos y momentos que jamás habría de olvidar. Delia con tan sólo 14 años de edad, ya no era una niña; la soledad y las ganas de vivir la habían hecho crecer y madurar.
-¿Sabes? Hoy vine a contarte un cuento-. Sostenía la mano blanca con manchas, de la abuela, oía su respiración pausada y el corazón que paraba simultáneamente. Le parecía doloroso, amargo que su figura materna se desprendiera de ella de un día para otro… Delia tomó asiento en la silla de plástico, que paradójicamente, le recordaba a su comedor.  Era irresistible no sentarse y sentir el escalofrió recorriendo su espina dorsal.
A don Armando le había costado una mierda. Ese comedor había sido el regalo en el noveno aniversario que cumplía con su esposa Magdalena de Canté, su señora de busto exuberante y de caderas anchas, tez blanca y de corte afilado. Su gran nariz era lo que más resaltaba en su rostro, las cejas pobladas se quedaban cortas. Sin embargo, todo en conjunto la hacía ver un tanto interesante. Ciertamente era de cascos ligeros, no le bastaba con acostarse con todos, sino que también se metía por las noches entre las cobijas de Cecil, sólo para manosearlo; aparte de mona y puta, cerda la señora.
Ella y don Armando habían procreado a tres malcriados hijos: Armando, Emanuela y Cecil.
Armando, el mayor; había crecido recluido de toda diversión (tal y como diría un niño); en lugar de pasar las tardes con una pelota en las manos, el pobre muchacho llevaba consigo una “responsabilidad”. Don Armando como todo “buen padre”, ya tenía asegurado el futuro de su hijo mayor: se quedaría con el negocio familiar, que les surtía bastante plata.
El chico era largo de altura, flaco y castaño, básicamente un gran parecido entre él y una tira de paja.
Emanuela, a la niña que todos trataban como pieza de porcelana fina, su madre  constantemente le decía que sólo servía para tener hijos y eso si no se volvía una ramera. Su belleza seria lo suficiente y necesario para la vida. La cabeza “¿Para qué te sirve  el cerebro? A la gente no le interesa cuántos libros leas, cuántos párrafos te aprendas, cuántas líneas recites”. Y asi fue como Emanuela  se dedicó a conservar el aspecto exterior y no se interesó en vivir para ella.
En las noches solitarias, cuando la casa dormía, confeccionaba sueños. Pequeños e hilados sueños de aquellos cuentos que parecían tan suyos.
Cecil era un bastardo.
-Magdalena, ¿Compraste el gallo que te encargue?-. Don Armando tomó un gran cacho de carne ensangrentada y se la metió a la boca. Masticaba mientras hablaba y toda la comida se veía en sus dientes, la saliva llena de sangre, el boldo por escupir. A todos les causaba desagrado pero nadie se atrevía a contradecir al padre.
-Si, está en aquella caja.
-A ver si el gato esta vez no se lo come; siempre con lo mismo, juega con ellos y luego los mata-. Cecil no pudo contener la risa que le provocaba el padre.
- No se ría, que si le pasa algo al gallo, le concederé a usted la culpa.
Don Armando apuntaba firme y agresivamente hacia la cara del niño con la punta del cuchillo-¿Y  el dinero que sobró?
-Te lo estas comiendo.
-Magdalena… ¿Dónde está el dinero que sobró?
-Eres demasiado avaro Armando-.
-No mujer, no soy avaro, es que no me sobran los centavos.
La esposa se paró indignada y recogió el plato limpio.
Esa noche fue diferente. Cecil estaba acostado viendo hacia la ventana, quieto, casi sin respirar, cuando vio que una silueta desnuda y sudada entraba por su puerta (Pero qué senos tenía esa mujer).Poco a poco, el pequeño estomago de Cecil se revolvió. El chiquillo, con miedo, se oprimía el impenetrable hastió de su inocencia. Al posarse la notable figura al pie de la cama, su cabellera castaña se iluminó y Cecil no pudo dejar de verla.
Se resbaló de sus manos. Cecil jamás había experimentado aquella sensación de locura animal. No hablamos de amor, porque amor lo sentía a diario con Emanuela, con los abrazos fraternales de su hermana.
Amaba a Emanuela, pero esa noche había deseado a su madre.
La falta de cariño había provocado en Cecil la costumbre de llamar, en silencio, a Emanuela: madre. Desde pequeña, la niña le había cambiado los trapos sucios, chorreados y apestosos; ya que Magdalena, madre de sangre, mostraba poco interés en el. En los primeros meses, Cecil dormía en una caja, a los pies del olvido; cuando lloraba, Magdalena le callaba, ahogándolo con el seno maternal. Poco tiempo duraron las acartonadas caricias del reposo; fue una noche, como cualquier otra, en la que el crío lloraba quejumbrosamente como si algo le molestase. No era el hambre, no era el frio, no era sueño. Emanuela cogió entre sus brazos torpes al niño envuelto en sabanas, su cabecilla se fundió tranquilamente en el hombro de la hermana y pronto el llanto se convirtió en suspiro.
 Un golpe rápido en la mejilla de Emanuela la despertó del profundo sueño en el cual habitaba.
- !Niña, pero qué pretendes! Robar de esa forma a tu hermano-. Magdalena tomo bruscamente al niño del brazo. Instantáneamente Cecil rompió a llorar. Con sus torpes manitas buscaba el consuelo de su hermana.
-Madre…  ¿No ve que lo lastima?-
-¿Cómo te atreves? Enséñame tus manitas de gato ladrón-. La niña acercó sus  manos temblorosas hacia la madre y ésta le soltó un fúrico golpe de rabia. Las venas de Emanuela comenzaron a hincharse y jamás pudo olvidarlo.
-Es que ayer… él estaba llorando y usted no lo escuchó.
Magdalena tomó a Cecil y lo empujó hacia el pecho de la hija.
-Si te crees tan capaz de cuidarlo tenlo- dijo Magdalena
                Después de aquella noche Cecil durmió en la cama de su hermana por tres años más. Siendo incontrolable la distinción de sexos,  don Armando concedió que Cecil compartiera habitación con el primogénito. A pesar de los cambios sufridos, no hubo noche en la cual el chiquillo no buscara a tientas el cuarto de Emanuela
La vida de Magdalena se volvía cada vez más rutinaria, hasta que una tarde airosa de febrero alguien se atravesó en su camino. Iba paseando entre las calles empedradas del mercado central, cuando de pronto un carrito cargado de verduras golpeó su tobillo.
-¡Muchacho, que te sucede! Ten cuidado pudiste romperme el pie ¡Fíjate por dónde andas!
-Señora, de verdad disculpe, el carrito se atoro… no, no fue mi intención, ¿está bien?
                El muchacho tomó las dos bolsas de verdura y las recargó al ras del carrito, agachó la cabeza para ver si había provocado algún otro daño y, efectivamente el alambre había cortado el tobillo de la señora; chorreaba un poco de sangre, pero, de igual forma la herida se veía profunda. Recorrió poco a poco las piernas de Magdalena…
-Emanuela ¿Qué historia me contarás hoy?
-No lo sé Cecil.
-Cuéntame otra vez la del gato Firius, pero esta vez nárrame el cuento con tu disfraz negro.
-Ya es noche, y aparte no veo con ese traje.
-Por favor hermana, cuéntame la historia del gato Firius
                Emanuela se vistió de gato Firius, ¡cómo le gustaba a Cecil esa historia!, le impresionaba mucho la caracterización de su hermana. De pies a cabeza la niña vestía una pijama que cubría desde los deditos de sus pies hasta los dedos de su mano. Era de cierta manera fascinante la imaginación de Cecil, lo mágico que se vuelve el anhelo de un niño de 8 años. De una historia tan burda podía hacer un mar de sueños ; se reía, lloraba y se aterraba con las diferentes representaciones de Emanuela. Ella saltaba, ronroneaba y jamás hacia movimientos iguales, dejaba volar su imaginación; le encantaba sentir los ojos fijos del gato, creer que movía la cola, treparse en los balcones y jamás caía de ellos…
-Y asi fue, Cecil, como el gato Firius subió a la escalera más alta y salto hacia la luna.
-¡Emanuela! ¿Qué horrores haces con esa pijama? ¡No te das cuenta, pareces loca!- Grotesca era la señora de don Armando, aprovechaba cada instante para provocar hastió en la carne de Cecil.
-No lo parezco madre, lo soy- Emanuela seguía recorriendo a gatas el pasillo, se lamía la mano izquierda y movía sus piernas al ritmo de la cola.
-Niña cínica ¿Qué pretendes? De ese modo pareces gato.
-Imito los movimientos del gato para matar al gallo de mi padre.
-Si te  ve tu padre haciendo eso te va a echar la responsabilidad de sus gallos y sabes cuánto los quiere.
-Si, lo sé-. Emanuela se dio vuelta, dándole la espalda a su madre, caminó por el largo pasillo y salió al jardín; seguía maullando
-Niña loca, con 16 años encima y haciendo niñerías- dijo Magdalena
                La madre, con paso ligero, tanteo la puerta del baño; la mano de ella como gato firme abrió la perilla. El vapor del baño intensificaba la ceguera pero, como un gato en la niebla, Magdalena intensifico la mirada hacia su objetivo, a gatas se desvestía y de un clavado se sumergió en la tina. El movimiento del agua desconcertó al chiquillo, que reposaba dormido en las aguas tranquilas, de sobresalto se incorporó en la pared, con la mano cubrió sus genitales mientras que con la otra protegía su cuerpo desnudo.
-Cecil, ven, te voy a contar la historia del gato Firius-, mientras la madre se acercaba a su crío, Cecil se ensimismaba en la esquina de la bañera, cubrió su inocencia en forma fetal y comenzó a sollozar.
                Emanuela veía con impaciencia al gallo en el jardín, el minino y ella disfrutaban el corretearlo, el torcerle el cuello, desplumarlo, cortarle las halas. Pronto la niña se aburrió y decidió darle un momento de intimidad al gato, y retomó su camino hacia dentro de casa…
El minino, cansado de ver al gallo picotear el pasto, se abalanzó directo a sus patas, mordió su cuello y pronto lo desplumó.
                La casa suspiraba aire melancólico. Siguiendo las risas maldosas y los quejidos apagados, Emanuela camino aprisa; por un segundo su piel tembló y su estomago se revolvió, sintió nausea, agudizó el oído y penetró en las densas nieblas: “Por favor, no… me duele”.
                La muchacha percibió el sufrimiento, que todas las noches buscaba consuelo dentro de sus cobijas pues necesitaba una mano protectora. Al no poder controlar el vomito fétido, Emanuela salió del baño, chocó contra la pared, cayó tumbada, ensució el traje negro y gran parte del pasillo.
-¡Niña, me estas ensuciando la madera- Magdalena cogió de la cabellera a la muchacha, la levanto,- ¡Que te sucede¡ ¿Por qué estas vomitando?- Agitaba simultáneamente los hombros escuálidos de Emanuela -¡Niña, que por qué estás vomitando, contesta!- La chiquilla logró incorporarse, con la mano limpio el hedor que fluía de su boca.
-Nada, madre, he visto al gato devorar al gallo